La leyenda de Marx o "Engels el fundador"
Maximilien Rubel
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Nota del autor
En mayo de 1970, con ocasión del 150 aniversario del nacimiento de Friedrich Engels, el pueblo de Wuppertal organizó una conferencia científica internacional. Se reunieron en ella 50 especialistas de más de diez países europeos, así como de Israel y Estados Unidos. Se entregaron a la tarea de valorar la investigación moderna del personaje que, junto con su amigo Karl Marx, es considerado uno de los fundadores del “Marxismo”. Invitado a participar en esta conferencia, traté de remitir como texto para la discusión una serie de tesis críticas centradas en la responsabilidad de Engels para la fundamentación de la ideología dominante del siglo XX, el ‘Marxismo’. Me pareció normal y urgente compartir mis reservas críticas, en el contexto de una reunión más “científica” que conmemorativa, ante un público informado de los problemas de la evolución de las ideas en relación con los sucesos y movimientos insurgentes que han marcado al siglo XX. Por tanto, presenté a los organizadores un documento de ocho puntos, escrito en alemán, que había titulado “Gesichtspunkte sum thema ‘Engels als Begründer’”.
Para mi sorpresa, a mi llegada a Wuppertal, fui recibido por los funcionarios organizadores de la conferencia, quienes me informaron que se encontraban en un predicamento: mis colegas soviéticos y de Alemania Oriental, que se habían sentido ofendidos personalmente al leer mis “Puntos de vista”, estaban amenazando con abandonar la conferencia ¡si mi contribución no era retirada del debate! Después de laboriosas negociaciones llegamos a un acuerdo sobre una fórmula que al parecer calmaría la irritación de estos representantes “científicos” de los países “socialistas”: los textos no serían leídos desde la plataforma, sino meramente comentados y discutidos. Sería tentador referir los detalles del debate si las objeciones hubieran ameritado el calificativo de “científicas”, y si el comportamiento de ciertos participantes no se hubiera traducido en una negativa clara a entrar en una discusión que amenazaba con poner en tela de juicio el alcance de las posiciones del “marxismo-leninismo”. Al mismo tiempo, esta negativa obstinada si no insultante, fue suficiente para confirmar a los ojos del observador imparcial la crítica fundamental que puede hacerse de este concepto de “Marxismo”, el uso erróneo del cual era precisamente lo que denunciaba en mis “Puntos de vista”.
El epílogo de esta conferencia fue hacer destacar la sólida fundamentación de una crítica que, en la forma de una simple reflexión semántica, de hecho representaba una defensa de la teoría social de Marx en oposición a la mitología marxista. Como se desenvolvieron las cosas, los organizadores no tuvieron miedo de evitar las reglas elementales de la política editorial respetada generalmente en las democracias “burguesas”: el texto (remitido a solicitud de los funcionarios) no fue incluido en el volumen de las contribuciones coleccionadas que fueron remitidas antes de la conferencia.
Presentamos aquí una traducción del texto rechazado por la conferencia de Wuppertal, con algunos comentarios aclaratorios.
Puntos de vista sobre el tema de “Engels el Fundador”
Para el triunfo final de las ideas expuestas en el Manifiesto, Marx confió solamente en el desarrollo intelectual de la clase obrera, como necesariamente tenía que acontecer de la acción y la discusión unidas.
F. Engels, Prefacio a la edición alemana, de 1890, del Manifiesto comunista
I
El marxismo no entró al mundo como producto auténtico de la manera de pensar de Karl Marx, sino que fue concebido en la mente de Friedrich Engels. En la medida en que el término ‘marxismo’ encubre un concepto racional, no es Marx sino Engels quien lleva la responsabilidad, y si hoy el argumento de Marx retiene la prioridad, está relacionado principalmente con problemas para los cuales Engels no encontró más que una solución parcial, o de los cuales no se ocupó. Por tanto, si es que se pueden resolver estos problemas, sólo podrá hacerse con la ayuda del propio Marx. Esto no significa de ningún modo que deba excluirse a Engels de la discusión, sino que es legítimo poner en tela de juicio la medida en que él debe tomarse en cuenta en cualesquiera tratos con los escritos de Marx que escaparon a su atención. En términos más generales la interrogante puede formularse así: ¿cuáles son los límites de la competencia de Engels en su papel como el incuestionable ejecutor del legado intelectual de Marx, al cual seguimos recurriendo para dilucidar los problemas materiales y éticos de nuestro tiempo?
II
Esta interrogación debe examinar un problema central: el de la relación intelectual entre Marx y Engels, “fundadores” de una colección de conceptos ideológicos y políticos agrupados artificialmente bajo el nombre de ‘marxismo’. El hecho de que deba hacerse esta pregunta revela un fenómeno característico de nuestra época, que podría llamarse ahora “el mito del siglo XX”. Debiéramos recordar que los “fundadores” evocaron en ocasiones la interpretación mitológica para poner de relieve el carácter peculiar de su amistad y colaboración intelectual. Marx no lo hacía con ironía cuando invocaba el ejemplo de los “Dioscuros” o el de Orestes y Pílades, mientras Engels se mofaba del rumor según el cual “Ahriman-Marx” había guiado al descarriado “Ormuzd-Engels”. Hay igualmente una tendencia opuesta, con esfuerzos cada vez más crecientes de oponer Marx a Engels: el primero sería el ‘verdadero’ fundador, y el segundo quedaría reducido al rango de mero ‘pseudo-dialéctico’.
III
Cualquier investigación en la relación entre Marx y Engels está destinada de antemano a fracasar si no se empieza por hacer a un lado la leyenda de la ‘fundación’ y no se toma como punto de partida metodológico la aporía del concepto de Marxismo. Se le acredita a Karl Korsch, que hace veinte años, en el umbral de una revisión radical de sus posiciones intelectuales, el haber intentado realizar una crítica del marxismo que equivalía a una declaración de guerra. Sin embargo, Korsch sencillamente no se atrevió a cometer el acto de eliminar el concepto de Marxismo y sus residuos mitológicos. Lejos de eso, trató de remontar esta dificultad usando artificios lingüísticos destinados a conservar y salvar los “elementos importantes de la doctrina Marxista” con miras a la “reconstrucción de una teoría y una práctica revolucionarias”. En sus “Ten Theses on Marxism Today” (“Diez tesis sobre el marxismo actual”) Korsch pasa indiscriminadamente de hablar de la “enseñanza de Marx y de Engels” a la “doctrina Marxista”, o a la “doctrina de Marx”, o al “Marxismo”, y así sucesivamente6. En la quinta tesis, relativa al asunto de los precursores, fundadores y continuadores del movimiento socialista, Korsch llega incluso a omitir el nombre de Engel, ¡el alter ego de Marx! Sin embargo, no andaba lejos de la verdad cuando escribió:
“Hoy, todos los intentos por re-establecer la doctrina Marxista en su conjunto y en su función original de teoría de la revolución social de las clases trabajadoras son utopías reaccionarias”.
Korsch bien pudo haber hablado, y con más exactitud, de las “absurdas mitologías” en lugar de “utopías reaccionarias”.
IV
En vista de la imposibilidad de definir racionalmente el significado del concepto de Marxismo, parece lógico abandonar la palabra misma, no importa cuán común y universalmente sea empleada. Este término, degradado hasta el punto de ser una consigna mistificadora, llevó desde su nacimiento el estigma del oscurantismo. Marx se esforzó por deshacer esto cuando, en los últimos años de su vida, su reputación había roto el muro de silencio erigido en torno de su obra, y efectuó esta declaración categórica: “ce qu’il y a de certain c’est que moi, je ne suis pas Marxiste” (“lo cierto es que yo no soy marxista”). Por revelador que sea, el hecho de que Engels haya legado esta advertencia a la posteridad no lo releva de la responsabilidad de haber caído en la tentación de prestar el sello de su autoridad a este término injustificable. Bajo la carga de ser el guardián y el perpetuador de una teoría, en cuya elaboración admitió no haber contribuido sino en modesta parte8, y glorificando el nombre de Marx en un intento por reparar el daño, Engels inadvertidamente promovió la génesis de una superstición, cuyas consecuencias negativas él no pudo haber conocido. Hoy, a sesenta años de su muerte, sus esfuerzos son perfectamente claros. Cuando Engel decidió apropiarse los términos ‘marxista’ y ‘marxismo’ de sus adversarios para cambiar un nombre hostil en un nombre de honor, muy difícilmente pudo haber esperado que, mediante este gesto de desafío (¿o de resignación?), se habría convertido en el padrino de una mitología destinada a dominar el siglo XX.
V
Se puede seguir el rastro de la génesis del mito marxista hasta los conflictos dentro de la Internacional. La necesidad de arrojar el abuso al oponente y sus partidistas hizo a los “anti-autoritarios”, con Bakunin a la cabeza, lo suficientemente inventivos como para crear términos tales como ‘marxitas’, ‘marxistas’ y ‘marxismo’. Poco a poco en los discípulos de Marx en Francia se fue desarrollando el hábito de aceptar estas denominaciones que ellos no había creado y que los destinaron a ser distinguidos de las otras facciones socialistas, de modo que finalmente estos términos se volvieron etiquetas políticas e ideológicas. De ahí en adelante sólo la autoridad de Engels fue necesaria para sancionar el uso de estos términos, cuya ambigüedad tal vez no era evidente para quienes los usaban. Engels fue hostil a su uso desde el principio; sabía mejor que nadie que corría el riesgo de corromper la significación profunda de una enseñanza que se debía haber considerado la expresión teórica de un movimiento social y de ninguna manera una doctrina inventada por un individuo para beneficio de una élite intelectual. Su resistencia no menguó hasta que, en 1889, el disenso entre, por un lado los ‘posibilistas’, los ‘blanquistas’ y los ‘broussistas’, y por el otro los ‘colectivistas’ y los ‘guesdistes’ amenazaron con causar una ruptura en el movimiento en Francia, amenazaron con causar una ruptura en el movimiento en Francia, a resultas de la cual cada facción decidiría organizar su propio Congreso Internacional de Trabajadores. Es obvio el predicamento de Engels; él trató de evitar el peligro de confusión y de corrupción verbal e ideológica usando comas invertidas para hablar de “Marxistas” y de “Marxismo”, y aludiendo a “los llamados Marxistas”. Cuando Paul Lafargue expresó su aprehensión al ver que su grupo pasaba por una “facción” entre los demás del Movimiento de los Trabajadores, Engels replicó que “nosotros nunca los hemos llamado a ustedes de otro modo que ‘los llamados Marxistas’ y yo no sé de que obra manera llamarles. Si tienen ustedes otro nombre tan breve, dígannoslo y nosotros los llamaremos así cumplidamente y con placer”.
VI
Si Nietzsche publicó Ecce Homo por temor a que un día sus discípulos lo canonizaran por algo que él no deseaba, la misma precaución no pareció necesaria en el caso de Marx, aunque el no había escrito ni publicado más que un fragmento de su obra proyectada. Sin embargo, el material impreso y el no publicado que había heredado a la posteridad equivalía a una prohibición formal y rigurosa en contra de ligar su nombre a la causa por la que él había luchado, y a una enseñanza que, como él creía, le había sido encargada por la masa anónima del proletariado moderno. Si Engels hubiera respetado esta prohibición como albacea de Marx, y hubiera aplicado su veto al abusivo término, el escándalo universal del ‘marxismo’ nunca habría visto la luz del día, pero Engels cometió el imperdonable error de apoyar este abuso, y adquirió así el dudoso honor de ser el primer ‘Marxista’. Es tentador ver como castigo del destino que, creyéndose heredero, en realidad fue el fundador—aunque involuntariamente—del ‘Marxismo’. La “ironía de la historia” a la que Engels le gustaba invocar le había puesto una cruel trampa. Fue así como se convirtió en profeta a pesar de sí mismo cuando al cumplir setenta años pronunció las compungidas palabras “Mi destino dispuso que yo cosechara el honor y la gloria sembrada por un hombre más grande que yo, Karl Marx”. En su 150 aniversario debemos reconocer en Engels el discutible mérito y el más dudoso título de ‘fundador del Marxismo’.
VII
En la historia del marxismo y el culto a Marx, Engels está en primer plano. Estamos familiarizados con los aspectos humano y cuasi-religioso de su amistad, lo cual no exige análisis particular. Por otro lado, lo que necesita ser examinado íntegramente es el efecto de la amistad tanto sobre el propio Marx como sobre sus epígonos y sus discípulos distantes. Siempre listo para actuar como pionero de las teorías de Marx, Engels expresó muchas ideas que Marx no pudo, desde luego, aceptar sin crítica; el silencio de Marx puede explicarse por el deseo de respetar escrupulosamente la solidaridad que tenía para con su amigo. No podemos confirmar el grado en que debió identificarse con todo lo que Engels dijo o escribió, pero este es problema secundario, considerando su admiración reconocida por las dotes intelectuales de su amigo: después de todo, él se consideró a sí mismo discípulo de Engels11. Eso que Marx no se permitió a sí mismo se ha vuelto hoy un deber estricto: debemos romper el encanto fascinador de esta leyenda y determinar el lugar de la obra de Engels en el desarrollo de la herencia intelectual del socialismo, en relación con el destino del movimiento de los trabajadores.
VIII
Solo entendiendo que Engels tuvo las facultades de un fundador podrá uno captar las razones que tuvo para cumplir con los deberes de editor y perpetuador de los manuscritos de Marx de modo tal que, hoy más que nunca, demanda cierta crítica12. Los escritos de Marx a los que Engels no hizo caso (entre otros los trabajos preliminares de su tesis doctoral, el manuscrito anti-hegeliano de Kreuznach, los bosquejos económico-filosóficos de París y de Bruselas, los Manuscritos Económicos de 1857-1858 (The Grundrisse), los numerosos cuadernos y la correspondencia con terceras partes) no sólo colocan al investigador y al especialista ante problemas de interpretación completamente nuevos; también erigieron nuevas categorías y crearon nuevas generaciones de lectores que no quedaron satisfechos con la fraseología estereotipada de los Marxistas profesionales. El imperativo real es el de entender un mundo y vivir y actuar en una época en que la ideología, mecanización y manipulación de la conciencia son aliados de la violencia pura, para cambiar el mundo en un valle de lágrimas.
§
Las tesis esbozadas aquí constituyen la introducción a un debate cuyo tema esencial debe ser el problema del Marxismo como la mitología de nuestra era. La cuestión de la medida en que puede hacerse responsable a Engels de la génesis de esta superstición universal es secundaria en el grado en que podemos afirmar, si reconocemos la enseñanza de Marx ‘el materialista, que las ideologías—entre las cuales debe colocarse el marxismo y sus variantes—no caen del cielo, sino que están enlazadas esencialmente a los intereses de clase que son al mismo tiempo los intereses del poder. Basta para reconocer en Engels al heredero legítimo del pensamiento de Marx denunciar en su nombre y en su honor, el ‘Marxismo’ establecido como una escuela de confusión y caminos descarriados para nuestra edad de hierro.