martes, 30 de septiembre de 2008

Los sindicatos contra la revolución (Benjamin Péret)



Los sindicatos contra la revolución
(1952)

Benjamin Péret



Las nuevas revoluciones rusas de 1905 y 1907 hicieron aparecer un nuevo organismo de combate que nace de la realidad social misma: el comité o consejo de fábrica, elegido democráticamente en el lugar del trabajo y cuyos miembros son revocables en todo momento. Se los vio aparecer en San Petersburgo y en Moscú, al final de la revolución de 1905, de la que fueron el punto culminante. Sin embargo, aún demasiado débiles y sin experiencia, fueron incapaces de realizar la tarea que se habían propuesto, derribar al zarismo.

Desde el principio de la revolución del 17, se los ve reaparecer, esta vez más maduros y, rápidamente, se extienden por todo el país. Bajo la impulsión de Lenin y Trotsky, llevaron a cabo la revolución de octubre. Mientras tanto, los sindicatos les iban a la zaga, frenando el movimiento con todas sus fuerzas. No se les debe ninguna iniciativa revolucionaria, sino todo lo contrario. John Reed, en su libro Diez días que estremecieron al mundo, los describe en diversos momentos hostiles a los soviets, hasta tal punto que los empleados de ferrocarriles tienen que violar la disciplina sindical para transportar de Petrogrado a Moscú los refuerzos militares necesarios para derrotar la contrarevolución de los Junkers en esta última ciudad.

Durante la revolución española de 1936, desde los primeros días de la insurrección, nacen comités como setas tras la lluvia, pero al revés de lo que sucedió en Rusia, donde los soviets desplazan a los sindicatos al segundo plano, aquí los sindicatos ahogan a los comités (juntas). Resultado: el estalinismo triunfa sin que los sindicatos se opongan realmente. Incluso se unen para celebrar el triunfo del estalinismo, mediante un comité de enlace UGT/CNT, y la revolución es traicionada por el estalinismo que da paso a Franco.

Los obreros, soldados y marineros alemanes, que se rebelaron en 1918, no pensaron ni un instante dirigirse a los sindicatos para conducir su lucha contra el régimen imperial; crearon en el combate sus comités de lucha que se apoderaron de las fábricas y de los barcos expulsando a las autoridades capitalistas. Los sindicatos sólo intervendrán más tarde para frenar la lucha, mantener la revolución en los límites burgueses, es decir traicionarla. Es este espectáculo el que alecciona definitivamente a los revolucionarios alemanes y muestra a Hermann Gorter y a la izquierda germano-holandesa el camino a seguir, haciendo de él, en esa época, uno de los primeros teóricos del comunismo de izquierda y de una verdadera táctica clase contra clase.

Está fuera de duda el que Lenin, enfrentado con la guerra civil, la intervención extranjera y las dificultades casi insuperables del restablecimiento de la economía rusa, no midió en su justo valor los problemas evocados por la izquierda comunista alemana y holandesa que ponía de relieve la situación particular de su país, de su nivel general de cultura, del impulso revolucionario de las masas que había que consolidar cotidianamente. Aunque conociese Lenin perfectamente Europa occidental, estaba obnubilado por la revolución rusa y los métodos empleados bajo el zarismo para hacerla triunfar. No vio que eran imposibles de aplicar en cualquier otra parte. Producto directo de las condiciones económicas, políticas y culturales de Rusia zarista, estos métodos no valían nada una vez transplantados en Europa Occidental, donde la situación de las masas obreras, las relaciones de éstas con el campesinado, la estructura de este campesinado, y en fin, el estado del capitalismo, no tenían apenas puntos comunes con la situación en Rusia. Tampoco vio el conflicto larvado que había existido en Rusia entre Soviets y Sindicatos, y que, únicamente el impulso irresistible de la revolución había ahogado en el huevo, fortalecido a los primeros a expensas de los segundos.

En Alemania, donde los sindicatos, mucho más potentes que en Rusia, eran dirigidos por los reformistas más consecuentes, se podía uno convencer de que éstos últimos emplearían todos los medios a su alcance para sabotear la revolución en marcha. Era para ellos un problema de vida o muerte. Por otra parte, si los sindicatos eran hostiles a la revolución y los comités de fábrica favorables, era evidente que había que sostener los segundos contra los primeros. A ello se opuso Lenin, en nombre de una táctica de desbordamiento de los jefes por las masas; pero, justamente, los sindicatos encarnan el poder material de los jefes que disponen de todo el aparato sindical y del apoyo directo o indirecto, del estado capitalista, mientras que las masas no hubieran creado sus propios órganos de lucha, los soviets, la revolución hubiera sido inevitablemente canalizada y conducida a la derrota por los únicos órganos que encuadraban a las masas, los sindicatos.

Contra la izquierda alemana y holandesa, fue contra la que escribió Lenin La enfermedad infantil del comunismo, a la que Hermann Gorter contestó con una Respuesta a Lenin que comporta una crítica de los sindicatos que es aún válida hoy día. Dice en resumen que los sindicatos convergen hacia el Estado, y tienden a asociarse con él contra las masas, que los obreros no tienen ningún poder, no más que el Estado, que son inaptos, los sindicatos, a servir de instrumento para la revolución proletaria, y que ésta no puede vencer si no es destruyéndolos. Proclamémoslo: en esta polémica (de la que la III Internacional no nos dio a conocer más que la argumentación de Lenin, dejando de publicar las de la oposición), era Gorter quien tenía toda la razón, por lo menos sobre este punto. En este folleto, opone a los sindicatos, donde los obreros no tienen prácticamente otro poder que el de pagar las cuotas, el Comité o Consejo de Fábrica elegido democráticamente por los trabajadores en los lugares de trabajo, cuyos miembros colocados bajo el control inmediato y constante de sus electores, son revocables en todo momento. Estos comités son evidentemente la emanación misma de la voluntad de las masas, cuya evolución facilita. Por esto es por lo que en el momento en el que aparecen, incluso bajo la firma provisional, se encuentran enfrentados con los dirigentes sindicales, pues amenazan el poder que tienen éstos sobre los obreros, lo mismo con los patronos, los unos y los otros se sienten igualmente amenazados, de tal manera que en general los dirigentes sindicales alcahuetean entre patronos y obreros para destruir la huelga. Estoy convencido de que ningún trabajador que haya participado en un comité de huelga me contradirá, sobre todo por lo que se refiere a las huelgas de los últimos años. Por lo demás, es normal que esto suceda así, ya que el comité de huelgas representa un nuevo organismo de lucha, el más democrático que pueda concebirse. Tiende conscientemente o no, a reemplazar al sindicato que defiende entonces los privilegios adquiridos intentando reducir las atribuciones que el comité de huelga se ha concedido. Compréndase entonces la hostilidad de los sindicatos a la existencia de un comité permanente destinado por la lógica misma de las cosas a someterles y suplantarlos.


El comité de fábrica motor de la revolución social

Nadie negará que la sociedad capitalista ha entrado en un período de crisis permanente que la induce a reunir sus flaqueantes fuerzas concentrando cada vez más en las manos del Estado todos los poderes políticos y económicos mediante las nacionalizaciones. ¿A esta concentración de poderes capitalistas, van a seguir oponiéndose las fuerzas obreras dispersas? Significaría esto ir al fracaso definitivo. Y una de las razones principales de la apatía actual de la clase obrera reside en la serie interminable de fracasos sufridos por la revolución social en lo que va de siglo. La clase obrera no tiene confianza en ninguna organización porque las ha visto a todas funcionando, aquí o allí, y todas, incluidas las organizaciones anarquistas, se han mostrado incapaces de resolver la crisis del capitalismo, es decir asegurar el triunfo de la revolución social. No hay que tener miedo a decir que hoy todas han caducado. Al contrario, es únicamente a partir de esta constatación, de la cual no debe intentarse reducir el alcance por consideraciones más o menos circunstanciales o acusando a los otros de sus propios errores, como se estará en condiciones de revisar todas las doctrinas (cuyo punto común hoy es que han caducado en buena parte). Así es también acaso como podamos llegar a una unificación ideológica fundamental del movimiento obrero con vistas a la revolución social. Ni que decir tiene, que no defiendo ni un segundo la idea de un movimiento con pensamiento monolítico, sino un movimiento unificado al interior de cual las diversas tendencias gozarían de la libertad más amplía para manifestarse.

Por otro lado, no cabe duda de que la acción se impone de un modo inmediato. La acción debe guiarse por los principios generales. Por una parte, debe facilitar la agrupación ideológica que preconizo, y por otra, debe cesar de considerar la revolución social como obra de generaciones futuras a las que se prepara la tarea. Estamos ante el dilema: la revolución social y un nuevo resurgir de la humanidad, o la guerra y una descomposición social desconocida hasta hoy.

Nos ofrece la historia un tiempo de reposo, de duración indeterminada. Seamos capaces de utilizarlo para invertir el proceso de la degeneración y hacer surgir la revolución. La apatía actual de la clase obrera sólo es provisional. Indica al mismo tiempo la pérdida de confianza en todas las organizaciones que he mentado y un estado de disponibilidad que sólo depende de nosotros, los revolucionarios, saber utilizar para transformarlo en rebeldía activa. La energía de la clase obrera sólo pide emplearse. Empero, hay que darle no solamente un objetivo -que la clase presiente desde hace mucho tiempo- sino también los medios para alcanzarlo. Si se trata, para los revolucionarios de llegar a una sociedad fraternal, nos hace falta desde ahora, un organismo donde pueda formarse y desarrollarse esta fraternidad. Resulta que, en este momento, es al nivel de la fábrica donde la fraternidad obrera alcanza su mayor intensidad. Es allí donde debemos actuar, no pudiendo una unidad sindical quimérica hoy, en el estado actual del mundo capitalista, y que además sólo podría producirse contra la clase obrera, ya que los sindicatos no representan otra cosa que las diferentes tendencias del capitalismo. De hecho, no habrá "frente único" sindicalista más que la víspera de la revolución social, y contra ella, ya que las centrales sindicales están igualmente interesadas en torpedearla para asegurar su supervivencia en el estado capitalista. Integradas ya en el sistema capitalista, le defienden defendiéndose. Sus intereses son los suyos y no los de los trabajadores.

Por otra parte, uno de los obstáculos más poderosos a todo agrupamiento obrero y a un renacimiento revolucionario, lo constituye el aparato de los burócratas sindicales, en la fábrica misma, empezando por el aparato estaliniano. El enemigo del trabajador es hoy el burócrata sindical tanto como el patrón, que sin el primero sería impotente. Es el burócrata sindical quien paraliza la acción obrera. La primera consigna de los revolucionarios debe ser: ¡Fuera todos los burócratas sindicales! Pero el enemigo principal está constituido por el estalinismo y su aparato sindical, por ser partidario del capitalismo de Estado y del sindicalismo. Es pues el defensor más clarividente del sistema capitalista, ya que indica a este sistema el estado más estable que pueda concebirse hoy. Sin embargo no se puede destruir un organismo existente sin proponer otro, mejor adaptado a las necesidades de la revolución social. Ésta se encarga precisamente de indicarnos cada vez que aparece el instrumento elegido, el comité de fábrica nombrado directamente por los trabajadores en los lugares mismos de trabajo y cuyos miembros son revocables en todo instante. Es el único organismo que puede, sin burocratizarse, dirigir los intereses obreros en la sociedad capitalista, al tiempo que apunta a la revolución social, realizar esta revolución, y, una vez adquirida la victoria, constituir la base de la sociedad futura. Su estructura es la más democrática que pueda concebirse ya que directamente elegida en los lugares de trabajo por el conjunto de los obreros de la fábrica que controlan su acción en todo momento y que pueden revocarlo en cualquier instante para nombrar otro. Su constitución ofrece el mínimo de riesgos de degeneración a causa del control constante y directo que los trabajadores pueden ejercer sobre sus delegados. Además el contacto constante entre responsables y electores favorece al máximo la iniciativa creadora de la clase obrera, incitada así a tomar su destino en sus manos y a dirigir directamente sus luchas. Este comité que representa de un modo auténtico, la voluntad obrera, tiene como destino dirigir la fábrica, organizar su defensa contra la policía y las bandas reaccionarias del estalinismo y del capitalismo tradicional. Una vez la revolución victoriosa, es él quien indicará a la dirección económica regional, nacional, y luego internacional (elegidas ellas también por los trabajadores) la capacidad de producción de la fábrica, sus necesidades en materias primas y en mano de obra, y finalmente, los representantes de cada fábrica, formarán en los niveles regionales, nacionales e internacionales el nuevo gobierno, diferente de la dirección económica, cuya tarea principal consistirá en liquidar la herencia del capitalismo, y asegurar las condiciones materiales y culturales de su propia desaparición progresiva. A la vez económico y político, es el organismo revolucionario por excelencia, por eso su constitución misma representa una especie de insurrección contra el estado capitalista y sus esbirros sindicales, pues reúne todas las energías obreras contra el Estado capitalista, incluso dotado de poderes económicos. Por la misma razón, se le ve aparecer espontáneamente en los momentos de crisis social aguda, pero, en nuestra época de crisis crónica, es necesario que los revolucionarios lo preconicen desde ahora si quieren acabar primero con la ingerencia de los burócratas sindicales en las fábricas y devolver a los trabajadores la iniciativa de su emancipación. Destruyamos pues los sindicatos en nombre de los comités de fábrica democráticamente elegidos por el conjunto de los obreros en los lugares de trabajo y revocables en todo momento.

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